El Prado 'da la mano' a la relación entre pintura y escultura en el Siglo de Oro
Reúne casi un centenar de esculturas de maestros como Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Damián Forment, Juan de Juni, Francisco Salzillo, Juan Martínez Montañés o Luisa Roldán
Presenta por primera vez al público cinco obras recientemente adquiridas por el museo
El volumen y el color al servicio de la persuasión religiosa en la Edad Moderna. Sobre esta idea pivota la nueva exposición del Museo del Prado, que a través de un conjunto excepcional de obras maestras de la escultura policromada española ahonda en la relación entre imaginería y pintura en el Siglo de Oro.
Desde este 19 de noviembre y hasta el próximo 2 de marzo las salas A y B del edificio Jerónimos del museo acogen la exposición Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro, una exposición que reflexiona sobre el éxito de la escultura policromada barroca y su complementariedad con la pintura mediante una espectacular escenografía que acoge casi un centenar de esculturas de maestros como Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Damián Forment, Juan de Juni, Francisco Salzillo, Juan Martínez Montañés o Luisa Roldán.
Entre ellas destaca la presencia en las salas del Prado por primera vez de un paso procesional, Sed tengo de Gregorio Fernández procedente del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Junto a estas piezas, pinturas y grabados que, como en un juego de espejos, las emulan o reproducen, y piezas clásicas que dan testimonio de la importancia del color en la escultura desde la Antigüedad.
Comisariada por el jefe del Departamento de Escultura del Prado, Manuel Arias Martínez, la exposición reivindica la importancia de la escultura policromada para una comprensión integral del arte español y presenta por primera vez al público cinco importantes obras recientemente adquiridas por la institución, como el Buen y Mal ladrón de Alonso Berruguete, San Juan Bautista de Juan de Mesa y José de Arimatea y Nicodemo, pertenecientes a un Descendimiento castellano bajomedieval.
La singularidad que alcanzó en la Edad Moderna la síntesis de volumen y el color en la escultura sólo se explica por el papel que desempeñó como instrumento de persuasión. Desde el mundo grecolatino, la representación escultórica se entendió como una necesidad irrenunciable. La divinidad se hacía presente a través de su imagen corpórea, protectora y sanadora, que aumentaba su veracidad cuando se cubría de color, atributo esencial de la vida frente a la palidez inanimada de la muerte.
La escultura sagrada se rodeó de connotaciones sobrenaturales desde el momento mismo de su ejecución. Así, se asoció con prodigios e intervenciones divinas, con talleres angélicos o con artífices que debían ponerse en una buena disposición moral para llevar a cabo una tarea que excedía el mero ejercicio artístico, pues lo que se alumbraba era en última instancia un remedo de lo divino.
Como subrayan sus responsables, esta muestra reflexiona sobre el fenómeno y el éxito de la escultura policromada, que inundó iglesias y conventos en el siglo XVII y a que jugó un papel fundamental como apoyo en la predicación. La estrecha y perfecta colaboración entre escultores y pintores nos habla del elevado valor del color, que lejos de ser un mero acabado superficial de la pieza, era una parte esencial de ella sin la cual no se daba por concluida.
El color también contribuyó a acentuar los valores dramáticos de estas creaciones, tanto las destinadas a los retablos como a los pasos procesionales. La gestualidad teatral, unida a la vistosidad de los ropajes, ya fueran esculpidos, de telas encoladas o de textiles reales, convirtieron estos conjuntos en unidades escénicas llenas de significados.
Finalmente, la exposición también aborda otros ejemplos de interrelación de las artes ligados a la escultura policromada, desde las estampas que ayudaron a difundir las devociones más populares, hasta los velos de Pasión que fingían retablos o las pinturas que, en un sugestivo ejercicio ilusionista, reproducían con fidelidad las imágenes escultóricas en sus altares.
NUEVAS INCORPORACIONES
Si el palentino Alonso Berruguete era una de las águilas del Renacimiento español, como lo señaló el historiador granadino Manuel Gómez-Moreno, el cordobés Juan de Mesa representa uno de los cinceles fundamentales en el barroco andaluz. Obras de ambos han sido adquiridas recientemente por el Museo del Prado, que las mostrará por primera vez junto con piezas de un Descendimiento castellano bajomedieval en esta exposición con la que la pinacoteca nacional da la mano a la imaginería de este periodo artístico. Se trata, en concreto, de Buen y Mal ladrón, de Alonso Berruguete; San Juan Bautista, de Juan de Mesa, y José de Arimatea y Nicodemo, pertenecientes al Descendimiento.
Con su incorporación a los fondos del museo, el Prado busca enriquecer sus colecciones con estos “extraordinarios” ejemplos del éxito de la escultura policromada y su complementariedad con la pintura, según subraya la institución.
La nueva muestra cuenta con el patrocinio de la Fundación AXA y pretende ensalzar la importancia de la pintura en la escultura del Siglo de Oro español. La colaboración entre escultores y pintores, insiste el museo, evidencia el elevado valor del color en estas piezas, pues lejos de ser “un mero acabado superficial de la pieza”, se constituía en “parte esencial de ella sin la cual no se daba por concluida”. Ejemplo de ello son las piezas que el Prado va a exponer desde este martes.
Dos de las cinco esculturas llevan la firma del maestro de Paredes de Nava (Palencia) Alonso Berruguete, concretamente dos representaciones de Dimas y Gestas, el Buen ladrón y el Mal ladrón que acompañaron a Jesús en la cruz. Las piezas pertenecen a un Calvario con gran singularidad plástica en cuanto a su configuración general, un hecho que las convierte, subrayan desde el Prado, en “excepcionales”.
La disposición de ambas, una frontal y otra de espaldas, con una ostentación anatómica de la desnudez “verdaderamente audaz” y en unas posturas que rompen con los convencionalismos habituales, manifiestan su carácter. El hecho de tratarse de obras de pequeño formato con una tipología de grupo de oratorio, del que apenas se han conservado ejemplos vinculados con el catálogo de Berruguete, les dota de mayor importancia.
A ellas se suma la obra San Juan Bautista del artista cordobés Juan de Mesa, quien representó al santo de pie, sosteniendo el libro sagrado sobre el que se dispone el cordero, en su mano izquierda, mientras que el brazo derecho se alza hacia el espectador en actitud declamatoria. La figura viste la túnica de piel de camello sobre la que se dispone un movido manto rojo, estofado sobre dorado, trabajado con gran profusión, en una ancha orla con motivos vegetales y coloristas realizados con esgrafiados y decoración a punta de pincel.
Su monumentalidad delata la pertenencia al espacio principal del retablo de algún templo, aunque es de bulto redondo y, de este modo, tanto la labor de talla como la policromía invaden toda la parte posterior de la obra, aportando a la figura un tratamiento integral del volumen y del cromatismo.
Completan estas incorporaciones las imágenes José de Arimatea y Nicodemo, dos representaciones vinculadas entre sí como parte de un conjunto representando la escena del Descendimiento de la cruz, del que no se conserva la figura de Cristo en el momento del desenclavo. Los dos personajes que, según los relatos evangélicos, terminaron por formar parte muy activa en el episodio del descendimiento de la cruz y posterior entierro de Jesús, consolidan su imagen en representaciones pictóricas y escultóricas en la iconografía cristiana con gran fortuna desde el mundo medieval.
La importancia que rodea a este género de composiciones primitivas de teatro sacro con una finalidad narrativa y para cumplir con las funciones litúrgicas, el repertorio gestual y su particular caracterización —ambas figuras visten, sobre la saya o aljuba una prenda que se empleó en el siglo XIII, llamada pellote, con decoración de motivos heráldicos—, les proporciona particular interés.
La adquisición de estas cinco esculturas busca enriquecer el panorama expositivo del museo y contribuir a ofrecer nuevas lecturas en un contexto que subraya la importancia de la escultura policromada para una comprensión integral del arte español.
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