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La certera crítica social que Rosario Castellanos no quiso publicar en vida

Foto del escritor: Juan Martín SalamancaJuan Martín Salamanca

Rito de iniciación marcaría un giro en su narrativa chiapaneca hacia otra citadina, aunque la obra, supuestamente destruida, no vería la luz hasta dos décadas después de su muerte


Rosario Castellanos. CASASOLA/MEDIATECA INAH

En 1965, con dos novelas ya publicadas, amén de varios títulos de cuento, poesía, ensayo y teatro, Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925 - Tel Aviv, 1974)  anunciaba la redacción de una tercera novela, Rito de iniciación, con la cual se alejaría de los escenarios chiapanecos de las dos anteriores, Balún Canán (Fondo de Cultura Económica, 1957) y Oficio de tinieblas (Joaquín Mortiz, 1962), para establecer la acción en la bulliciosa capital federal. Sin embargo, cuatro años después, arruinaba las expectativas de los lectores al anunciar su destrucción. Cuál sería la sorpresa de éstos cuando recibieron la noticia, más de dos décadas después del fallecimiento de la autora, de la publicación de este relato dado por perdido.


Llegado este punto se puede abrir el debate de hasta dónde sus herederos traicionaron o, por el contrario, cumplieron sus deseos al decidir la publicación póstuma de la novela. No se trataba de una obra inacabada cuya pluma quiso verla convertida en libro y la inoportuna muerte se lo impidió, caso de Kafka, cuyo centenario de su pérdida conmemoramos este 2024 a la vez que el medio siglo de la ausencia de Castellanos. Ella, la escritora que tan atinadamente evidenció las desigualdades y discriminaciones que padecían los indígenas de Chiapas en novelas y cuentos, dejó claro que no estaba por la labor de mandarla a imprenta al hablar de la destrucción del manuscrito. Pero entonces, ¿por qué lo encontraron 30 años después de que dijera aquello? ¿Acaso fue un descuido o en el fondo quería que dieran con él? ¿Sería que deseaba su publicación pero sin estar presente para no tener que enfrentarse a los egos ofendidos de la intelectualidad y la política mexicanas de los 60 que frecuentaba y a las que, de hecho, pertenecía?


Al igual que la protagonista del texto, la joven e inteligente Cecilia Rojas, la narrativa de Castellanos comenzaba en Rito de iniciación (Alfaguara, 1996) un viaje de Chiapas al entonces Distrito Federal en el que, sin histrionismos literarios, pero sí recurriendo al humor paródico, dejar al descubierto, y tal vez un poco también en ridículo, a esos conventículos elevados de los que era parte como escritora, como académica, como periodista y como diplomática —era la embajadora de México en Israel cuando falleció, hace ahora 50 años, electrocutada con una lámpara en mal estado que tocó recién salida de la ducha—.


En Rito de iniciación no habría denuncia del padecimiento indígena como en Balún Canán, Oficio de Tinieblas o el libro de cuentos Ciudad Real (Universidad Veracruzana, 1960). De buena familia, pero provinciana (situación no muy distante de la de Castellanos, que pese a nacer en el DF se crió en Chiapas), Cecilia Rojas llega a la gran capital para estudiar en la universidad. Trae consigo un desamor que quiere enterrar bajo el bullicio de la vida académica, donde además espera demostrar su valía a través de su inteligencia. No tardará en ahogarse con los corsés de esa sociedad llena de falsedades, envidias y deseos de medrar, aun a costa de los demás.


Si desde el principio ve cuestionada su capacidad y hasta sufre cierta burla hacia su intelectualidad por su condición femenina, a medida que avance ese rito de iniciación en la vida social en el que se ha embarcado irá viendo cómo los celos y los empujones son comunes en todos los ámbitos, desde el universitario al literario. Exagerando hasta el escarnio los egos y excentricidades de novelistas y poetas consagrados y elevados a los altares, lanza Castellanos su invectiva contra la élite cultural —muy próxima al poder político, como su propio caso— de aquel México próspero y desigual bajo la incontestable y corrupta hegemonía del PRI.


DARDOS AL MUNDO LITERARIO


Una escritora que sufre de continuos cambios de humor y hace la vida imposible a su fiel (y quizá única amiga sincera) secretaria, mientras trata de soportar la corte que le hace un séquito de admiradoras y celosas discípulas, sin cuyos halagos, al mismo tiempo, no puede vivir. Un poeta casi desquiciado, alejado de cualquier realidad, pagado de sí mismo, pero, al tiempo, necesitado como un hambriento de la devoción de los mortales. Dos ejemplos demoledores con los que la autora deja en evidencia a sus compañeros de oficio, a los que hubo de padecer y de los que tal vez quiso vengarse, aunque luego se echara atrás y prefiriera que no pudieran leer sus dardos.


Tampoco la relación entre los universitarios queda exenta de señalamientos. Desde el machismo arraigado en todos y cada uno de los jóvenes estudiantes —que presumen de ideas renovadoras mientras perpetúan la concepción de la mujer como inferior—, al arribismo y la obsesión con ascender que muchos muestran en esa universidad, hervidero de pensamiento y energía sobre el que, paradójicamente, descargaría su violencia el poder en el sangriento 68 (un año antes de que Castellanos anunciara la destrucción del manuscrito).


Ya en textos chiapanecos como la novela Balún Canán o el cuento Primera revelación grita la autora, sin perder su estilo, contra ese papel reservado a las hembras y las ataduras que se les imponen, pero en este caso no es en una pequeña ciudad o pueblo de provincia donde padece la protagonista, sino en la cosmopolita capital de la república, acaso una forma de justicia frente a los prejuicios de las grandes urbes sobre la periferia.


A través de la propuesta que recibirá Cecilia de uno de sus compañeros de clase, apuntará la autora la hipocresía instaurada en la sociedad y el rechazo a la homosexualidad que reina en ella, circunstancia que no se antoja gratuita en el relato, sino quizá otra muestra una vez más de la avanzada pluma de Castellanos, la cual pudo llegar (al final procedía de donde procedía) a sentir vértigo ante su atrevimiento literario en aquel convulso periodo paralelo a la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz.


Y en medio de todo esto, el empeño de la protagonista por encajar en los círculos que habrían de ser los suyos, pese a la infelicidad que debía digerir en el proceso. Un rito de iniciación en el cuesta no ver amarguras autobiográficas de Rosario Castellanos, voz de las injusticias en Chiapas y quien habría de brillar especialmente como poeta y cuentista.



¿Por qué decir nombres de dioses, astros

espumas de un océano invisible,

polen de los jardines más remotos?

Si nos duele la vida, si cada día llega

desgarrando la entraña, si cada noche cae

convulsa, asesinada.


Rosario Castellanos, El otro

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