Nos encanta Darín, hasta de cretino tóxico
La estrella argentina ha vuelto a encarnar sobre las tablas españolas al censurable protagonista masculino de 'Escenas de la vida conyugal', obra en la que Bergman aireó sus infidelidades maritales
Son ya muchos los años que Ricardo Darín lleva subiéndose a los escenarios para interpretar a Juan, el cuestionable trasunto de Ingmar Bergman que el propio realizador sueco alumbró para airear sus pecados como esposo en Secretos de un matrimonio (1973), la serie (luego película) que recibió un Globo de Oro y que llegó a Argentina con el título Escenas de la vida conyugal, el mismo que ha mantenido para su versión teatral en español. Protagonizada inicialmente en la escena del país sudamericano por Norma Aleandro y Alfredo Alcón, Aleandro es ahora la directora del montaje en el que Darín lleva años haciendo de canalla con su genialidad, la misma que nos admiró en películas como Nueve Reinas, El secreto de sus ojos, Truman, El hijo de la novia o, más recientemente, Argentina 1985. Al principio lo acompañaba Erica Rivas en esta propuesta que ha cruzado el charco. Desde hace tiempo lo hace Andrea Pietra, maravillosa también en el papel de Mariana, la esposa burlada que a ratos quiere liberarse de su venenoso complemento y a ratos, hundirse en su miseria moral.
Hace siete años que el montaje de Aleandro, con Darín y Pietra en el elenco, pasó por los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid. El año pasado estuvo en el Infanta Isabel y este reciente septiembre ha continuado su idilio con la capital de España en el Teatro Rialto de la icónica Gran Vía, desde el que la producción continúa camino a Barcelona, donde podrá verse hasta el 20 de octubre en el Teatre Coliseum. Y es que nos encanta ver a Ricardo Darín (y también a Andrea Pietra), aunque haga de cretino tóxico.
Como refirió el mismo Bergman a la prensa con motivo del estreno de la versión filmada -que él mismo adaptaría al teatro casi una década después-, el punto de partida de la historia, no de la primera escena pero sí el punto de inflexión de la trama, se basó en el desarrollo bastante fidedigno del momento en el que el director de El séptimo sello o Sonata de otoño hizo saltar por los aires su matrimonio (el segundo de los cinco que tuvo) con Ellen Lundström, a quien en la pantalla daría vida su gran musa, Liv Ullmann.
Escenas de la vida conyugal, un texto que a estas alturas no supone ya ningún secreto para Darín y Pietra, recurre al humor, merced a hilarantes diálogos y a la locuacidad y expresividad de sus intérpretes, los cuales en varias ocasiones rompen la cuarta pared, para seguir atrayendo al público pese al paso de los años, años que se notan, no tanto en sus actores como en la sociedad. Si bien la fuerza del texto emerge de la experiencia vital que Bergman inmortaliza en las vidas de Johann y Marianne (Juan y Mariana en la versión en castellano), la óptica con la que hoy se observa el comportamiento de ambos nos impele a mirar la obra desde otros ojos y resignificarla, como sus propios responsables explican, o incluso juzgarla. A sentir repulsión hacia algunos comentarios y actitudes del marido -en todo momento sus hechos han sido socialmente repobables, pero ciertos comportamientos tal vez exonarables entonces han dejado de recibir la indulgencia del respetable-. También Mariana logra desesperar a quien está en la butaca con tan poca autoestima y tanta prosternación hacia el indeseable de su esposo.
UN MARIDO TÓXICO EN EL QUE BERGMAN SE MIRABA
Cada vez que Mariana parece empoderarse para cortar los hilos con tan perniciosa pareja, Juan es capaz de anegar su vida con su toxicidad, acompañando sus lamentables actos con un barniz de traidora generosidad, impostado arrepentimiento e irritante victimismo, haciéndonos fluir de la rabia al paroxismo tras cada recaída de ella. La aclamada instrospección de las relación de pareja -subrayando el desgaste que la rutina, la incomunicación, la crianza de las hijas o las convenciones generan en un matrimonio- firmada por el sueco, no deja de ser un triunfo para el ego de su protagonista masculino, siéndolo inevitablemente también para el director por razones obvias, y una decepción para el espectador de hoy que está cansado de ver a la mujer humillada, dependiente, cuando no dispuesta a recaer en mitad de su proceso de emancipación sentimental, y siempre dispuesta al perdón que otrora se esperaba de ellas.
De este modo, llega a darse el punto en que uno puede salir del teatro tras haber reído y haber disfrutado durante la más de hora y media de función, sintiendo que le han gustado mucho más sus actores (porque están genial) que la obra, por aclamada que fuera, y pese a la celebridad que la escribió (e inspiró con su conducta). Todo vale la pena si podemos ver actual a Ricardo Darín, aunque sea para odiarlo.