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Un viaje sensorial al universo de Anselm Kiefer bajo la lente de Wim Wenders

Foto del escritor: Juan Martín SalamancaJuan Martín Salamanca

El director alemán regresa al documental con Anselm, una invasión cinematográfica en el proceso creativo del artista que desafío los tabúes de su país y cuya provocación conceptual se reivindica


'Anselm' repasa la vida de Anselm Kiefer e invade su proceso creativo, como en esta escena donde quema unos rastrojos para dar forma a su nueva pieza
Anselm Kiefer en pleno proceso creativo. A CONTRACORRIENTE

Decir que el arte tiene la capacidad de interpelarnos como sociedad y ponernos frente al espejo de nuestras contradicciones aporta lo mismo que pretender revelar hoy en día que el sol sale por el este y se oculta por el oeste. Que la provocación encuentra en el arte contemporáneo un campo abonado, más de lo mismo. No va a descubrirnos eso Anselm, la nueva película de Wim Wenders, que llega a los cines españoles este 13 de diciembre, pero sí nos va a colar de lleno en pleno proceso creativo del pintor y escultor Anselm Kiefer (Donaueschingen, 1945), un artista que se considera desterrado y que su desafío a los tabúes de la Alemania tras el nazismo levantó profundas ampollas en su país.


Después de acariciar el Oscar a Mejor Película Internacional con Perfect Days (2023)—aquella historia cargada de poesía y rock and roll clásico sobre un solitario limpiador de baños públicos en Tokio por el que su protagonista, Kôji Yakusho se llevó el galardón a mejor actor en Cannes y que en España congregó en las salas a más de 250.000 espectadores— Wenders vuelve al documental, donde en el pasado ha firmado reconocidos títulos como Buena vista social club (1999), Pina (2011) o La sal de la tierra (2014).


En un momento en que Europa (Alemania incluida) parece querer asomarse de nuevo al abismo que la destrozó y avergonzó hace un siglo, las reflexiones de Kiefer contra el olvido pueden verse ahora como una profecía cumplida, aunque los incómodos (cuando no impertinentes) aldabonazos artísticos de los que se valió no causarían menos incomodidad en los tiempos actuales de cancelación.


ADMIRADO EN AMÉRICA, CUESTIONADO EN ALEMANIA


Mientras Estados Unidos se rendía a su pintura y su escultura, muchos en Alemania se llevaban las manos a la cabeza por ser representados en la Bienal de Venecia por un artista que rescataba la mitología germánica y volvía la mirada al pasado reciente del país. Las alusiones a los nazis y al holocausto eran terreno pantanoso. Más si para llamar la atención sobre la amnesia impuesta en Alemania realizaba performances fotográficas en distintos lugares de Europa con el brazo en alto, postura por cierto prohibida en el país germano tras la II Guerra Mundial.


De ello nos habla el propio artista en el documental de Wenders, que aparca la ficción que con tanta profundidad sabe explorar —baste echar la vista atrás en aquel viaje por los vastos paisajes texanos de un desmemoriado Harry Dean Stanton en Paris, Texas (1984)—. Anselm combina las entrevistas con el retrato de su proceso creativo y un sugerente diálogo entre la cámara y sus obras con tintes de biopic que dramatizan escenas en la infancia y juventud de este representante del neoexpresionismo que pasa por ser uno de los artistas germanos más reconocidos del último siglo. Para ello, ambos se han valido de su prole. Daniel Kiefer, hijo del artista, interpreta a su padre en sus inicios artísticos, mientras Anton Wenders, vástago del cineasta, encarna al Anselm niño que comienza a observar el mundo en una Alemania destrozada por la contienda.


Estrenada en el Festival de Cannes y tras pasar por el Festival de Sevilla o el BCN Film Fest, en Anselm podemos ver cómo Kiefer se maneja con el plomo fundido o con la paja en llamas para definir el cromatismo y textura de sus piezas. Una visita privilegiada a su arte y trabajo artesano con apariencia industrial que el cineasta no quiere que veamos sin aproximarnos a la persona, dándole un altavoz en el que se cuelan los versos de Paul Celan —cuya poesía superviviente del holocausto está muy presente en la obra de Kiefer— o la memoria de mujeres que dejaron huella como Safo, Popea, Helena o Julia Mesa.


UN VIAJE SENSORIAL DE 90 MINUTOS


El director de El cielo sobre Berlín (1987) propone un viaje sensorial de 90 minutos recorriendo la biografía del artista de manera cronológica para entender qué hay detrás de un estilo que cuestiona y que rechaza la provocación gratuita. La cinta va más allá del mero documental, obligando a Kiefer a interpretarse a sí mismo con escenas de profunda carga narrativa que se intercalan con las entrevistas al creador y (uno de los aspectos más fascinantes de la cinta) una invasión de su enorme taller francés para desentrañar el mágico proceso de la creación, aunque como ocurre con tantos creadores contemporáneos, a veces recuerde más a una fundición que a un templo dominado por las musas.


“Cuando el caos se enmarca en un rectángulo, el caso se convierte en una pintura”, nos dice en un momento del metraje, por el que lo acompañaremos en un recorrido de varias décadas desde su rústico taller en la Selva de Oden en el que trabajó en los años 70, hasta su moderna nave a las afueras de París, pasando por una fábrica de ladrillos alemana reconvertida en espacio de creación y exhibición o por el fascinante complejo de Barjac, donde su arte se funde con el entorno del sur de Francia.


Fundamental para que Wenders logre su propósito es la fotografía de Franz Lustig, que ya trabajó con el cineasta en Perfect Days o Llamando a las puertas del cielo (2005), un trabajo en el que también destaca para lograr esa atmósfera tan envolvente el hilo musical que ha trazado Leonard Küßner.


En definitiva, el universo de Anselm Kiefer bajo la lente de Wim Wenders, dos tirantes de la creación alemana ahora unidos por el séptimo arte.

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