Una Nada a la altura del todo que escribió Laforet
Con una rica escenografía y una interpretación desbordante capitaneada por Júlia Roch, la adaptación de Joan Yago y Beatriz Jaén para el CDN lleva a escena con sobrado éxito una de las grandes novelas del S.XX
La apuesta era ambiciosa y arriesgada. Convertir una novela con tantas capas como Nada, la novela por excelencia de Carmen Laforet, en una obra de teatro. Había que optar por dos opciones también delicadas: o hacer un montaje breve que mutilara de forma indecente el texto de la escritora barcelonesa, o meterse en una función larga que pudiera asustar al público. Joan Yago, como adaptador; Beatriz Jaén, en la dirección, y el Centro Dramático Nacional, en la producción, escogieron lo segundo. Como apuntaba recientemente Andrés Lima en la presentación de su obra 1936, otra propuesta del CDN que pasa de las cuatro horas, a pesar de lo que se pueda creer, las extensas atraen cada vez más al público. Ahí están los éxitos de las 24 horas de María Hervás en The Second Woman o las siete de Robert Lepage con The Seven Streams of The River Otā en el último Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Aún así, Yago y Jaén jugaban fuerte, más con el listón que imponía el libro, uno de los más importantes del género narrativo escritos en castellano en el siglo XX. El resultado, prueba superada, con nota, con sobresaliente incluso.
Una Nada a la altura del todo que es el libro de Carmen Laforet, con el que el Premio Nadal inauguró en 1944 su lista de galardonados. Con una escenografía admirable de Pablo Menor Palomo que casi parece un set de rodaje y a la que sólo se puede reprochar un efecto de lluvia que, por buscar un excesivo realismo cuando el teatro exige margen para la imaginación, acaba resultando un elemento de distracción en una de las escenas de mayor carga dramática entre sus personajes, y con una interpretación exigente en la que cumple todo el elenco, bien capitaneado por Júlia Roch en el papel de Andrea. El montaje estará hasta el próximo 22 de diciembre en el Teatro María Guerrero de Madrid.
Sería deseable que acabadas las funciones en la capital, la obra girara por cuantos más destinos, mejor, pues el esfuerzo realizado para ponerlo en escena bien merece que cuantas más personas en más destinos lo puedan apreciar. No obstante, la complejidad de los decorados requiere de teatros con una amplia caja escénica, dado el empeño por desarrollar una gran obra que ha sido adaptada con tal acierto que nada de lo esencial de Nada se echa en falta. Quien no haya leído la novela se llevará una idea condensada (condensada en tres horas) de lo que escribió con tanta brillantez Laforet. Quien como el que redacta estas líneas, tenga bien presente el libro pero haga ya tiempo de su lectura, disfrutará recordando cada una de las escenas que dibujó en su mente con una dramaturgia que no decepciona lo imaginado, sino que lo evoca con gran estilo. Donde no llegan las imágenes planteadas en el escenario, al menos permiten que el espectador complete el cuadro en su mente a partir de escenas de enorme potencia dramática, como la desquiciada cotidianidad en el piso de la calle Aribau desde el que Andrea afronta, no sin penurias y sufrimiento, el paso a la vida adulta (una de las capas principales de Nada).
Otras que también destacan sobre el resto son el retrato tan preciso que hace (y sorprende que pasara la censura en los primeros años 40) de la posguerra y de las consecuencias de una contienda todavía demasiado reciente y cuyas heridas supuran aún en los personajes. Otra, y también impacta que nadie le prohibiera a Laforet describirlo con tanta crudeza, la violencia de género. Pone los pelos de punta cómo Manuel Minaya representa con extrema veracidad el maltrato continuo y las palizas que el personaje de Juan propina a su esposa, Gloria, que encuentra en la actuación de Laura Ferrer la encarnación perfecta de esa mujer que soporta la violencia de su marido mientras logra la fuerza necesaria para sobreponerse y sacar adelante a su hijo ante la inutilidad del cónyuge. Una representación que corta la respiración y crispa los nervios del público en el patio de butacas, haciendo difícil soportar escenas de tanta infamia narradas con tanto realismo.
En un plano quizá menor ante la fuerza de esas líneas narrativas, es también encomiable la interpretación de personajes como Pons y sus amigos a través del trabajo de Pau Escobar y Jordan Blasco, junto con el de Minaya y Peter Vives, quien además de interpretar a los nocivos tíos de Andrea Juan y Román, se desdoblan para completar el coro de personajes bohemios y despreocupados. Mediante ellos, Carmen Laforet puso frente al espejo la hipocresía y mezquindad de la burguesía catalana, colaboradora financiera necesaria a la postre del triunfo de Franco en la guerra civil. Y cómo no reseñar el trabajo interpretativo de Julia Rubio para dar vida a esa Ena en la que Andrea encuentra la gran amiga con la que descubrir el mundo adulto, a pesar de no poder tener siempre en ella la interlocutora que anhela esta chica rara. Relumbran también sobre el escenario Amparo Pamplona poniendo corazón a ese complejo personaje de la abuela, hacia la que sentimos una profunda empatía al tiempo que acusamos su complicidad por omisión ante muchos de los desmanes que ocurren en esa vivienda del Ensanche barcelonés, y Carmen Barrantes poniendo hiel (pero también la pizca de humanidad que hace verosímil su papel) para clavar a esa gélida tía Angustias, quien paga con su propia infelicidad sus prejuicios y corsés morales.
TRES HORAS QUE SE PASAN VOLANDO
Tampoco sería lo mismo esta brillante adaptación escénica sin el juego de luces que dibuja Enrique Chueca y el espacio sonoro que crea la música de Luis Miguel Cobo a la hora de acompañar el viaje de Andrea, mientras el vestuario de Laura Cosar y las coreografías de Natalia Fernandes terminan de crear el ambiente que rodea al espectador para no dejarlo escapar durante tres horas que se pasan volando y que no requerirían de intermedio de no ser por los ajustes escénicos que permite hacer al equipo, amén del respiro que bien merece el elenco en una obra de tremenda exigencia física y emocional.
En definitiva, un más que satisfactorio nuevo trabajo conjunto de Beatriz Jaén y Joan Yago para el CDN tras Breve historia del ferrocarril español la pasada temporada y por la que la Asociación de Directores de Escena le concedió su galardón a la mejor dirección emergente a Jaén, que ha optado para Nada por una puesta en escena muy coral a pesar del protagonismo inevitable de Roch alternando la interpretación de diálogos con el resto de personajes, con monólogos descriptivos que respetan la narración en primera persona que Laforet escogió para Andrea.
Diez intérpretes en total en un reparto que en varios casos se desdoblan para llenar el amplio abanico de personajes que alumbró la escritora con sólo 23 años, una primera novela que ensombreció la notable calidad literaria que Laforet imprimiría a sus siguientes trabajos, malditos ya por el éxito de una Nada a la que no desmerece en absoluto este montaje teatral, el primero que una gran compañía realiza de la novela, para lo que ha sido necesario esperar 80 años. Nunca es tarde si la dicha es buena, un refrán al que da la razón esta obra. Hasta el 22 de diciembre en el María Guerrero. Vayan a verla.
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