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Condensar en escena la complejidad de 'Nada': el CDN acepta el reto

Foto del escritor: Juan Martín SalamancaJuan Martín Salamanca

Beatriz Jaén dirige esta adaptación firmada por Joan Yago que plasma a lo largo de tres horas el viaje vital de Andrea en la devastada Barcelona de postguerra que inmortalizó Carmen Laforet hace ocho décadas


Júlia Roch interpreta a Andrea en la adaptación teatral de 'Nada'. CDN/BÁRBARA SÁNCHEZ PALOMERO

El dramaturgo Joan Yago lo confesaba. Cuando se puso a trabajar en la adaptación teatral de Nada daba por hecho que se toparía con más de un precedente. Sin embargo, no fue así, más allá de alguna incursión parcial, principalmente de grupos amateur o escolares, o de la versión cinematográfica de Edgar Neville de 1947. Ocho décadas después de que Carmen Laforet inaugurara la lista de premiados con el Nadal con este retrato existencialista en la Barcelona devastada tras la Guerra Civil, el Centro Dramático Nacional ha aceptado el reto de condensar toda la complejidad de esta novela en un montaje de tres horas que pretende recoger las diversas capas que plasmó la escritora, sin renunciar a la intensa acción que narra ni perder la introspección, descripciones y profundidad poética que enriquecen el texto original.


Así lo ha destacado el propio Yago durante la rueda de prensa de presentación de esta Nada que produce el CDN y que se estrenará este viernes, 8 de noviembre, en el Teatro María Guerrero de Madrid, donde permanecerá en escena hasta el 22 de diciembre. El responsable de esta adaptación ha admitido el respeto que generaba plantear al público una obra de tres horas, “la primera con intermedio” que firma. Sin embargo, subraya que hacerla más breve hubiera supuesto “un recorte más bestia” del que ya de por sí han tenido que aplicar a las páginas de Laforet, algo que no les parecía “justo” para la obra.


No obstante, se ha mostrado esperanzado con la respuesta que el respetable dará ante esta duración, ya que si éste conecta con la obra, “el tiempo se pasa volando”, mientras que propuestas de una hora “pueden hacerse largas” en caso de no lograr esa comunicación con el espectador.


La encargada de dirigir la adaptación es Beatriz Jaén, quien la temporada pasada ya dirigió otra obra del CDN escrita por Joan Yago, Breve historia del ferrocarril español, por la que la Asociación de Directores de Escena le concedió su galardón a la mejor dirección emergente. A la hora de asumir el “reto” de poner en escena Nada, Jaén se ha valido de las “fuerzas en lucha” que se suceden en la novela, así como en la presencia opresiva que transmite el piso de la calle Aribau al que llega Andrea para instalarse junto a su familia.



La directora ha optado por una puesta en escena “muy coral”, con diez intérpretes en el elenco que en un par de casos se desdoblan para llenar el amplio abanico de personajes que alumbró la escritora barcelonesa, una “construcción magistral” que permite “empatizar con todos ellos” a pesar de sus sombras, ha subrayado Jaén, quien reconoce su admiración por una novela que Laforet escribió “sólo con 23 años”, aunque ha aprovechado para reivindicar la obra “más amplia” de la escritora barcelonesa y que va “más allá de Nada”.


Sobre tres pilares pivota la propuesta de Jaén, la citada casa como centro de la escena, el mundo exterior en el que se adentra Andrea (Júlia Roch) y cómo éste trastoca el propio hábitat de Aribau, y el mundo interior de la protagonista, cuya relación de amistad con Ena (Julia Rubio) gana peso en la versión del CDN, aportando “luz” en medio de tanta “oscuridad” como ofrece el contexto en que se ambienta la novela, y brindando así un punto de “esperanza”, subraya la directora, y que resulta aún más necesaria ante la conexión de lo que refleja la historia “con muchas cosas” del presente, ha ahondado por su parte Roch, protagonista del reparto.


Roch se ha referido a la necesidad y precariedad que hoy padecen tantos valencianos por culpa de la DANA,  o a los últimos casos conocidos de abuso sexual conocidos en el mundo de la política o el teatro para incidir en esa vigencia de los temas de Nada.


Cuando Andrea llega a la casa familiar de la calle Aribau para estudiar su primer año de universidad, nada se parece al ambiente cálido y alegre que ella conoció de pequeña. Ahora se da cuenta de que sus tíos Román (Peter Vives) y Juan (Manuel Minaya); su tía Angustias (Carmen Barrantes); Gloria (Laura Ferrer), la esposa de Román; la abuela (Amparo Pamplona), y Antonia (Andrea Soto), la criada, viven inmersos en un ambiente de tensión permanente y atmósfera irrespirable. Andrea representa ese grito generacional de los nacidos en los primeros años 20, y que es también el grito de Carmen Laforet, que tenía 18 años cuando concluyó la contienda. Una generación que tiene que superar la angustia existencial de gran parte de un país que con la guerra lo ha perdido todo, incluso las ganas de seguir viviendo. Completan el reparto de la obra Jordan Blasco, que se desdobla en los personajes de Iturdiaga y Jaime, y Pau Escobar, que da vida a Pons.


El equipo de 'Nada' posa en la terraza del María Guerrero. CULTURA Y TAL

La fantasía, la imaginación o los sueños que también y tan bien describe Laforet ayudan en la escenografía de Pablo Menor Palomo a contar la historia, como ha explicado la directora, quien ha resaltado también la iluminación de Enrique Chueca y el espacio sonoro que crea la música de Luis Miguel Cobo a la hora de “acompañar el viaje de Andrea”. Laura Cosar firma el vestuario de esta propuesta cuyas coreografías ha creado Natalia Fernandes.


Este montaje de Nada, recalca Joan Yago, “no es la novela” ni “aspira a ser mejor o sustituir” el libro de Carmen Laforet, pero sí pretende que el espectador que lo ha leído salga con la sensación “de que está todo ahí”, a pesar de lo mucho que se ha tenido que suprimir para poder encajarlo. “El lector que la leyó hace muchos años dirá que está todo, el que la tenga más viva verá ausencias, pero sabrá ver que está bien y se lo va a pasar muy bien”, ha ahondado el dramaturgo.


Tango Yago como Jaén coinciden en que cuando leyeron por primera vez la novela, allá por su etapa académica, no fueron conscientes de todas las capas que contenía y que han podido apreciar al bucear de nuevo en ella para cumplir con este encargo del Centro Dramático Nacional. Lo primero, ha explicado el dramaturgo, fue tomar conciencia de que la novela comienza en septiembre del 39, apenas medio año después del final de la Guerra Civil, dibujando una Barcelona en la que “parece que la vida sigue igual aunque todo ha cambiado para siempre”, con un conflicto armado “que se ve en todas partes y en ninguna”, mediante sutiles referencias como el resurgir de los vehículos de tracción animal ante la escasez de combustible, los edificios semiderruidos por los combates o el “estado de emoción y nervios” en que vive la familia de Andrea, donde la moralidad de Angustias, la envidia de Antonia, la crueldad de Román o la violencia de Juan hacia Gloria conviven con la bondad de una abuela que recuerda un pasado “más amable que el presente”, ha apreciado, por su parte, Amparo Pamplona, quien interpreta este papel, durante la presentación.


LA IMPORTANCIA LITERARIA DE LA NOVELA DE LAFORET


El despertar a la vida adulta y el desencanto que se genera, la “revolucionaria” amistad entre dos mujeres como Andrea y Ena —una joven de una familia venida a menos y la hija de una familia acomodada, dos mujeres raras en la sociedad de los primeros años de la dictadura franquista— la diferencia de clases o las situaciones de violencia machista que se recogen en la obra “cuando ni siquiera existían las formas que tenemos hoy para definirla” son aspectos que, a juicio de Yago, hacen de ésta un referente de la literatura, sintetizando en uno otros títulos, ha defendido, como El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger; El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, o El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio.


Sobre ello ha incidido el director del Centro Dramático Nacional, Alfredo Sanzol, para quien cuanto más se relee Nada se es “más consciente de la fuerza que tiene y lo radical que es esta novela”, en la cual un piso en la calle Aribau de Barcelona torna en “una metáfora de la España de la postguerra”, un campo de batalla “entre el pasado y el futuro” que representan la familia y Andrea, respectivamente.

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