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Secun de la Rosa exhuma del olvido a Juana Capdevielle

Foto del escritor: Juan Martín SalamancaJuan Martín Salamanca

Natalie Pinot encarna en Los libros ardieron, escrita y dirigida por el actor barcelonés, a la primera mujer que dirigió la Biblioteca del Ateneo de Madrid, fusilada el mismo día que García Lorca


La actriz Natalie Pinot da vida a Juana Capdevielle. TEATRO DEL BARRIO

La fusilaron el mismo día que a Federico. El crimen fue en Granada, sí, pero también en Rábade (Lugo). Juana Capdevielle no era una artista, pero conservaba el arte, lo cuidaba, como le elogiaba a menudo su marido, también fusilado por la sinrazón y el totalitarismo. En su caso unos días antes. Él era el gobernador civil de La Coruña durante el golpe de estado militar contra la II República que desencadenó la Guerra Civil. Ella, la primera mujer que dirigió la biblioteca del Ateneo de Madrid. Antes de morir víctima de las balas, hubo de soportar una de las peores torturas que podían infligirle, la de ver arder los libros de su biblioteca. Todo ello nos lo cuenta la obra Los libros ardieron, que escribe y dirige Secun de la Rosa y que puede verse todos los domingos de octubre en el madrileño Teatro del Barrio.


Capdevielle había nacido en Pamplona en 1905. En Madrid cursó estudios universitarios, concretamente en las dependencias de la Universidad Central en la calle San Bernardo, siendo discípula de Ortega y Gasset y compañera de María Zambrano. Allí comenzó a trabajar como bibliotecaria, llegando a ser la primera jefa de una biblioteca universitaria y organizando la mudanza de los volúmenes a la nueva Ciudad Universitaria. Y después, la del Ateneo. No sólo cuidó los libros —se empeñó en introducir el sistema de clasificación decimal, o sistema Dewey, en los anaqueles—, también a los creadores. Por su mediación, La Barraca de Federico García Lorca pudo hacer su última representación en la sede del Ateneo, poco antes de que la violencia, el odio y la barbarie estallaran. Fue El caballero de Olmedo, de Lope de Vega. A Don Alonso, también de noche lo mataron.


Capdevielle era progresista, era feminista, pero quizá su mayor pecado para sus verdugos fue que era la mujer del gobernador civil en La Coruña del Gobierno republicano del Frente Popular, Francisco Pérez Carballo. Y además, eran muy amigos de Santiago Casares Quiroga, breve jefe del malogrado Ejecutivo. También de la hija de éste, María Casares, la niña que luego fue actriz y gran amor (no por ello menos turbulento) de Albert Camus. Francisco fue fusilado el 24 de julio del 36. Llevaban poco más de tres meses casados. A ella la detuvieron, la desterraron, la volvieron a arrestar, le quemaron su biblioteca y, finalmente, la asesinaron el 18 de agosto, seis días después de que cumpliera 31 años.


La asesinaron el mismo día que asesinaron a Lorca. A él en Andalucía, a ella en Galicia. Federico y ella, que hacía tan poco habían puesto en marcha la última representación de La Barraca en el Ateneo, perdían la vida a la vez en puntas opuestas de España. Pero a ella, además, le esperaba el olvido, un olvido que el actor y dramaturgo Secun de la Rosa quiere disipar con Los libros ardieron (vida y muerte de Juanita Capdevielle), un monólogo desgarrador al que pone voz la actriz Natalie Pinot (acompañado por la guitarra y el piano de Pablo Méndez) en el Teatro del Barrio, flamante Premio Nacional de Teatro.


Con una letanía, a veces envolvente y conciliadora, a veces amenazante y crispante, de guitarra; con una caricia tímida o un aporreo violento a las teclas del piano, Méndez da el soporte a Pinot para convertirse en esa Juanita Capdevielle que desde un lugar indeterminado —se supone que es su escondite en casa de su amigo Victorino Veiga, pero quién sabe si no sea el patíbulo, acaso ya el más allá— interpela al público a lo largo de una hora, haciéndole partícipe de su desventura, pidiendo tal vez una explicación para lo que es tan difícil de explicar. Alternando la nostalgia amable con los recuerdos más duros de sus últimos días, la protagonista rememora su infancia, cuando surgió su amor por los libros. También aquellos días de estudiante en Madrid, el día en que rompió la hegemonía de género en el plantel de conferenciantes para hablar de la importancia del amor en unas jornadas sobre eugenesia, o la mentada ocasión en que abrió el Ateneo a La Barraca lorquiana. Memorias de luz que se nublan a medida que intercala los detalles de su arresto, de la noticia del fusilamiento de su esposo, de los interrogatorios de la Guardia Civil, del pelotón de fusilamiento y de la quema de sus libros.


FESTEJAR LA MEZQUINDAD DE HABER VENCIDO AL ARTE


Con esa hoguera de barbarie es con la que comienza la obra, tal vez porque para una mujer con su devoción por la literatura no pudo haber un crimen, y mira que los hubo, más cruel. ¡Los libros ardieron!, nos grita, como si suplicara ayuda para evitarlo a los espectadores del siglo siguiente. Ardieron Emilia Pardo Bazán, nos dice; Rosalía de Castro, Miguel Hernández (otro al que también matarían, aunque no hiciera falta fusilarlo), Ramón J. Sender o Pablo Neruda (que acabaría ¿envenenado? por otra dictadura militar), según nos va retratando con horror, ante el regocijo de la enajenada multitud que, comenta Juana con perplejidad, festejan la mezquindad de haber vencido al arte.


Una figura de la intelectualidad española de aquel primer tercio del siglo XX a la que la derrota —y tal vez el hecho de ser mujer, nos sugiere ella misma sobre la tarima— condenó al olvido, del que ahora la exhuma con este montaje Secun de la Rosa, quien volverá al Teatro del Barrio en noviembre, esta vez para subirse al escenario (días 27 y 28), con Las piscinas de la Barceloneta, un monólogo sobre la memoria, el descubrimiento y los derechos LGTBI.


En Los libros ardieron se establece una suerte de diálogo soterrado entre autor y personaje. Atendiendo él una petición velada de ella, quien en el monólogo que el propio De la Rosa ha escrito subraya que no hay mayor acto de amor que la memoria, acto que ahora le muestra el dramaturgo, pero que llega muy tarde, sobre lo que ella, la ella que interpreta Pinot, busca consuelo. Ese olvido que tanto la atormenta es, concluye, la mejor muestra de su éxito, un éxito que había que enterrar bajo toneladas de desmemoria, la misma que se nutre de las hogueras de libros, o las cancelaciones de obras de teatro.

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